Shock
Es la primera fase del duelo tras el fallecimiento, la ruptura o la pérdida, y se caracteriza por la desorientación y el bloqueo ante lo sucedido. En un duelo de una ruptura sentimental, este sentimiento puede ser más intenso en la persona que no ha decidido romper, en especial si no ha sido capaz de ver las señales previas, y le ha pillado por sorpresa. A nivel físico puede provocar insomnio, pérdida de apetito y apatía en el día a día, aunque no suele durar más de un mes.
Negación:
La incredulidad es la primera reacción ante un golpe de la vida. La negación es un escalón inevitable que hay que atravesar y del que finalmente hay que salir para digerir la pérdida. Negar es una manera de decirle a la realidad que espere, que todavía no estamos preparados. Frases muy habituales son “No puede ser verdad”, “cómo ha podido ser”, “no es justo”.
El impacto de la noticia es tan fuerte que dejamos de escuchar, de entender, de pensar. Puede suceder que en un primer momento el bloqueo sea tan grande que no podamos ni sentir. La negación tiene el sentido de darnos una tregua. Hay quien niega la pérdida o la ruptura, pero también hay quien aceptando precipitadamente la crudeza de la realidad, lo que en realidad trata es de negar el dolor.
Negociación:
Es el momento en que fantaseamos con la idea de revertir la situación, se puede llegar a pactar con quien haga falta hasta incluso con Dios prometiendo lo que sea necesario. En una pareja, se puede llegar a buscar al otro y humillarnos, con tal de recuperarlo/a. Esta etapa es breve porque estar pensando todo el día en soluciones es realmente agotador, tanto física como mentalmente.
Ira:
Lo primero que debemos de hacer con la rabia es reconocerla y aceptarla para poder sacarla fuera. La rabia tiene una razón de ser. Es pedir ayuda, nos impulsa a tomar otros caminos, cuando estamos en el fondo del pozo y nos hace tomar impulso para salir a flote. Es un arma para la supervivencia. Toda la rabia que se queda dentro, que intentemos negar o esconder nos acabará anclando a la pérdida, por lo que se recomienda exteriorizarla sanamente.
Tristeza:
La etapa más larga es la tristeza, donde se produce incertidumbre ante el futuro, vacío y un profundo dolor. La persona se siente agotada y cualquier tarea se vuelve complicada. “La vida no merece la pena”, “no seré feliz nunca”, “no encontraré a nadie igual” o “ya no volverá “ es lo que suele repetirse cuando la persona se está enfrentando a su dolor. Pero a pesar de que pueda pensar que esto no acabará nunca y que va a durar para siempre, la realidad es que solo desde este punto podrá volver a reconstruirse. Tras el primer impacto llega la tristeza por la pérdida, por los proyectos de futuro que no llegarán a ser y por todas las promesas que no se pudieron cumplir.
En los casos de ruptura, la falsa sensación de fracaso al sentir que no se ha podido mantener la relación puede ser muy desoladora. Esta nostalgia y la necesidad de aliviar la pena, hace que muchas personas se sientan tentadas a contactar con la expareja, lo cual suele ser contraproducente porque puede hacer que se queden ancladas en esta fase del duelo.
Aceptación:
Es el último paso del duelo. Nunca es fácil aceptar que lo que se perdió, se perdió y no hay vuelta atrás. Tenemos la alternativa de no aceptar, pero una vez llegados aquí nos damos cuenta de que si no lo hacemos el precio a pagar es muy alto. Llegar a este punto requiere de un gran trabajo. Se trata de aceptar que las piedras que vamos encontrando en la vida también forman parte del camino.
Sentirse “uno más” es una manera de devolver el duelo a su lugar y trabajarlo como un aspecto más de la vida, de ese proceso en que reconocemos que también la pérdida forma parte de la vida, de la misma forma que perdemos juventud, relaciones, lugares, seres queridos…..